Eran las cinco de la mañana cuando me desperté, sofocada, había tenido una pesadilla. Me senté de un golpe en mi cama, miré hacia un lado y lo vi. Dormía tranquilo y relajado...
...
Esa misma tarde de viernes habíamos quedado después de hacía algún tiempo sin vernos. Miguel y yo habíamos sido muy buenos amigos durante todos los años de universidad, lo compartíamos todo. Tomamos café y charlamos sin parar durante horas, tanto fue así, que acabamos yendo a cenar.
Me había llevado a un sitio nuevo de sushi que han puesto en el centro. Él eligió el menú: dos rollitos de maki y unos cuantos nigiris. Sake para beber. Continuamos con la conversación sobre con quién habíamos estado saliendo durante este tiempo desde que acabamos la universidad.
Nos reímos cuando me dijo que había estado liado unos meses con una profesora mayor que nos había dado clases en primero de carrera. No dejaba de reir, ni siquiera al salir del restaurante. Me encantaba estar con él, me lo estaba pasando genial, aunque fuese en parte por el sake que se me había subido.
Caminamos por el paseo marítimo hasta llegar a mi apartamento. Entramos en el ascensor y de repente empecé a notar un cambio en el ambiente, había tensión. Subimos en silencio. Al llegar, abrí la puerta y cuando fui a dejar las llaves en el recibidor, cerró de un golpe la puerta. Cuando me giré por el susto, me empujó contra la pared, poniendome las manos en mis mejillas y besándome.
Me quedé bloqueada, hasta que fui consciente de lo que estaba pasando, y le correspondí. Fue un beso cálido, apasionado, con deseo. Le puse mis manos sobre su cabeza, acariciándole el pelo. Hizo un pequeño gemido. Me excité.
Fuimos dando trompazos por toda la casa, sin parar de besarnos, hasta llegar a mi habitación. Una vez dentro, nos empezamos a quitar las camisetas. Nos despegamos para pasarla por la cabeza y de nuevo nos besamos. Parecíamos niños pequeños.
Me quité los pantalones y él los suyos. Cuando se los fue a quitar perdió el equilibrio y casi se cae al suelo, nos reímos. Vino hacia mí y me cogió en brazos para tirarme a la cama, él encima.
Nos seguimos besando y él pasó su mano derecha por mi pierna. Fue subiendo hasta me que agarró del culo, lo pellizcó y hizo un gemido. Yo también bajé mi mano, le rocé el bulto que se notaba a través de sus bóxers negros.
Pasaba la mano de arriba hacia abajo y de vez en cuando notaba cómo me respondía. Su mano izquierda subió hasta mi pecho, pasó su dedo por uno de mis pezones, que ya estaban duros. Me incorporó y me desabrochó el sujetador a mi espalda. Dejó mis pechos al aire y comenzó a lamerlos. Mmm me encantaba sentir su calor en ellos.
Le hice quitarse los bóxer diciéndole que me estorbaban, a lo que respondió que a él le estorbaban mis braguitas, así que todo fuera. Pasó una de sus manos por mi coñito... Estaba muy mojada, y él me tenía las mismas ganas.
Alargó la mano hasta el cajón de mi mesilla de noche donde guardo los condones. Sacó uno y se lo puso. Ese momento, que fueron segundos, se me hizo eterno. Al momento lo sentí, me embistió de golpe, la metió hasta el fondo. No me lo esperaba, pero me encantó. Grité.
Comenzaba a follarme, él estaba sobre mí, al principio iba despacio, pero al poco me levantó las piernas y apoyó mis tobillos sobre sus hombros, se inclinó un poco más hacia mí, abriéndome más para él. Él gemía, yo gritaba. Fue acelerando el ritmo, esa postura nos estaba matando. Tras unas cuantas embestidas le dije que no podía aguantar más, iba a correrme. Él comenzó a darme un poco más fuerte y me dijo: hazlo. Y lo hice. Al momento él también alcanzó el clímax.
Ambos acabamos agotados y nos dormimos...
Cuando me desperté a media noche, no podía dejar de mirarlo. Desnudo sobre mi cama, boca arriba, durmiendo relajado, estaba tranquilo, confiado. Comencé a recordar la noche anterior, cómo sin decirnos nada acabamos echando el mejor polvo de mi vida. Lo había estado deseando desde el día que lo conocí, pero no ocurrió hasta muchos años después.
Empezó a entrarme calor, me estaba excitando yo sola. Tenía ganas de repetir, y me dije: Por qué no?. Así que muy dispuesta, bajé mi mano hasta su miembro en reposo. Empecé a acariciarlo y al poco empezó a ponerse firme. Cuando ya estaba bien duro, me bajé, y metí primero la punta en mi boca. Lo miré pensando que se podría despertar, pero seguía durmiendo.
Lo metí entero en mi boca, iba algo más rápido mientras pasaba mi lengua de arriba a abajo deteniéndome en su punta. Al momento noté su mano en mi pelo. Se había despertado, pero quería que continuase. Y lo hice. Él empezó a mover las caderas de arriba a abajo mientras me tenía la cabeza algo inmóvil. Él era quien dirigía los movimientos.
Empezó a resoplar e intentó apartar mi cabeza de su polla dura. Sabía que se estaba excitando más de la cuenta, pero yo seguía. Me acarició mi sexo húmedo y suave. Sus dedos resbalaban a la perfección. Cuando ya no podíamos más, le puse un condón y me senté sobre él. Ahora tenía yo el control.
Comencé a cabalgar, me movía despacio, nos mirábamos a los ojos. Cuando me cogió de las caderas con esas manos perfectas, creí que me iba a dar algo. Gemí, estaba muy excitada, demasiado. Cada vez me movía más rápido, entré en un bucle de excitación del que no podía salir.
Me cogió de los brazos atrayéndome hacia él. Me tumbó encima suya, me abrió los cachetes y comenzó a marcar el ritmo. Cada vez más rápido, cada vez más fuerte. Apoyé las rodillas en la cama y moví la pelvis, provocando que sus movimientos se intensificaran aún más, tanto que no pudimos soportarlo.
Los dos nos fundimos en un orgasmo increíble, del cual seguramente se enteraron todos los vecinos de mi bloque.
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